del 6 al 25 de septiembre de 2012
Sala de exposiones Álvaro Delgado
c/Álvaro de Albornoz 8. Luarca. Asturias
Horario: Lunes a sábado: de 19:30 a 21:00h. Domingo: de 12:00 a 14:00h
Buenos días, Fernando Rico
Le saludo una mañana de verano, que podría ser la de cualquier tiempo, mientras el pintor baja a las cercanas playas de Portizuelo, Chao y los Molinos, que tan bien conoce. O sube a los bosques de Fontoria y Aldín. O se detiene en Fornes, a la orilla florecida del río Carlangas. Sí, saludo a Fernando Rico, mientras camina al encuentro de la naturaleza, solo y austero, pero iluminado, como un místico, que sabe que la esencia de los paisajes que va a pintar sólo puede ser comprendida por medio de la voluntad, la inteligencia y los afectos.
Todos los días de estos cinco últimos años —los que lleva jubilado de su cátedra de Dibujo, y el tiempo que le ha ocupado esta obra que se expone— su lenguaje figurativo ha sido fiel a su mirada: plasmar el ritmo de la vida natural, dar forma a ese paisaje imprescindible para su vocación de artista puro y que justifica, como un documento notarial, su manera de ser.
Fernando también sabe que para reproducir la naturaleza uno debe instalarse en ella, pisar el terreno y que los sentidos vayan guiando la mano con meticulosa fidelidad. Menosprecia, como los grandes pintores, la comodidad. Sale al campo con lo imprescindible: una banqueta plegable, una maleta de madera, que coloca sobre sus rodillas, y la larga vara de avellano para medir el horizonte del ámbito que pinta. Junto a él, los frascos que contienen sus óleos, sus tintas y acuarelas artesanales, que acaba de fabricar en el instante de la mirada. Nada le distrae. No lleva agua, ni comida, ni teléfonos para sus largas jornadas de trabajo. La frugalidad y la simplicidad forman parte de su manera de vivir, y por eso su obra —al menos la de esta etapa de su carrera— no está afectada por el ruido del mensaje estético. Fernando es un pintor de silencios, y no le conmueven demasiado —hasta donde yo sé— los avatares del mundo, pero las cien obras que ahora nos presenta hablan elocuentemente de los ámbitos donde la verdad y la belleza no admiten contestación, no presentan duda. En efecto, todos los que vivimos cerca de él y seguimos su indeclinable dedicación a la pintura, hemos visto muchas veces el mismo mar que nos abraza cada día, pero no habíamos advertido, quizás con tanta claridad, ese fragor de las aguas quebrantadas entre las rocas de sus Marejadas, en el que nos parece oír la voz de todos los ahogados. Ni la dudosa y triste luz de sus cielos espatulados. Llegan todas las estaciones hasta el lienzo prodigioso de Fernando tal como son, porque aquí no hay paisajes ideales, ni copias fotográficas. El pintor nos trasmite la verdad de un paisaje que no genera localismos complacientes. Hay pocos sucesos, apenas personas. La gravedad narrativa de Fernando Rico se resuelve en los detalles de una naturaleza sorprendida en el momento oportuno.
Por estos Paisajes del natural desciende majestuosa la belleza, pero sobre todo la verdad.
José Antonio Pérez Sánchez